Crisis de Valores y Corrupción

Algunas Ideas

Bueno, pues ya estoy de vuelta por aquí, por esta especie de diván en la que se ha convertido El Disparadero en los casi 9 años que llevo compartiendo inquietudes y vivencias con todos vosotros. De entrada os pido disculpas por este parón, pero han sido los tres meses más intensos de mi vida. Sí, ya sé que como diría mi buen amigo Francisco Alcaide, todo es cuestión de prioridades pero también es cierto que la obligación supera a la devoción, y que aunque en mi caso sea cierto que ambas variables tiendan a confundirse, el día a día en bodega, el máster en IESE y las clases en la Universidad han copado la mayor parte de mi tiempo. En cualquier caso, me alegro de volver a pasarme por aquí y prometo no dejar pasar tanto tiempo entre este y el próximo post.

En estas últimas semanas una mezcla de indignación y estupefacción recorre mi interior con los titulares que semana sí, semana también, inundan nuestros medios de comunicación. ¿Queda algo sano en nuestras instituciones políticas? ¿No hay nadie decente que se quiera dedicar a la política? De acuerdo, estas preguntas son injustas, como siempre que se generaliza. Y estoy seguro, y me alegro de haber conocido a algunos de ellos, que existen personas de bien, con clara vocación pública que se dedican a a la política con la esperanza e ilusión de cambiar las cosas, de hacer de éste mundo y de nuestro país un lugar más habitable. Gente a la que, precisamente, los escándalos les duelen especialmente. Sin embargo, es lícito que la gente de a pie nos sintamos así. La factura de esta crisis ha sido tan asimétrica que determinadas noticias son humillantes. Pero tranquilos, que no quiero que este post se convierta en una retahíla de clichés de esas que se leen tan a menudo en decenas de medios de comunicación. Hoy me quiero fijar en la parte menos vista de todos los escándalos, o al menos la que pasa algo más desapercibida: la empresarial. Porque detrás de un político corrupto siempre hay quién pone el dinero en el sobre.  

Siempre he creído que la profesión del empresario es, a priori, una de las más nobles del mundo. Una persona arriesga su patrimonio buscando con el mismo crear más riqueza. Por supuesto para él, pero también para la sociedad en la que se desenvuelve a través de los puestos de trabajo que crea y de las relaciones económicas que fruto de dicha actividad se generan en una colectividad. Una compañía es ella y su cadena de valor. Toda la riqueza que se genera en una economía parte de la empresa y de la gente que participa en su cadena de valor. No es cuestión de ideología, sino de pura teoría económica. Los ingresos que percibe el estado los recibe vía impuestos que provienen de los salarios que pagan las compañías a sus empleados y directivos, bien de manera directa a través del IRPF, bien de forma indirecta con impuestos tipo IVA o especiales. También con el porcentaje sobre los benecios de la empresa que el herario público recauda cada año, e incluso a través de la parte que retiene de los dividendos a los accionistas o de los intereses de tu cuenta corriente y de la mía. 

Pero hay más. Cuando todo lo que recauda el estado es insuficiente para mantener los servicios públicos, éste se endeuda. Para ello acude a la emisión de bonos públicos que pueden suscribir particulares con sus ahorros (que derivan de sus salarios, esos pagados por las empresas), o incluso los bancos con mis ahorros y los tuyos, por cuanto una de las realidades económicas que siempre se cumplen es que la Inversión siempre es igual al Ahorro. Con todo ello el estado financia el estado de bienestar, paga los salarios de sus funcionarios y acomete las inversiones precisas que permitan un desarrollo igualitario de la sociedad.

Cuando Adam Smith desarrolló su famosa teoría de la mano invisible, siempre daba por sentado que para que el mercado funcionase, las personas que participasen en el mismo debían comportarse conforme a la ética. Y es que como muchas veces hemos apuntado por aquí, el genio escocés era catedrático de filosofía moral en Oxford. Lamentablemente, de un tiempo a esta parte hemos observado como se ha pervertido el concepto de la maximización del beneficio hasta límites insospechados. Bajo el prisma de Adam Smith, la maximización de beneficios era un medio para alcanzar una asignación óptima de los recursos, para que el óptimo social y económico se alineasen, para que, en definitiva, el progreso económico y social fueran de la mano. Sin embargo, hoy en día la maximización del beneficio ha tornado en un fin en sí mismo, en una especie de "todo vale" maquiavélico que lleva a las empresas a hacer lo que sea con tal de presentar los mejores números posibles sin importar los medios empleados para ello. Incluido poner un sobre con dinero para ganar ciertos contratos u obtener favores políticos.

La corrupción pone en riesgo la convivencia de las sociedades por cuanto se vulneran los principios de justicia e igualdad que amparan las constituciones y ordenamientos jurídicos vigentes en casi todas las naciones, se compromete también el desarrollo sostenible de las mismas y el disfrute de los derechos humanos de las personas que las conforman. Además, tiene impactos muy negativos en los mercados, ya que distorsiona la asignación de recursos al manipular los precios de los productos y servicios, genera cargas financieras significativas para las propias empresas y daña la reputación de las compañías. Pero por encima de todo lo anterior, tiene un efecto devastador sobre aquellas empresas que deciden no pasar por el aro y se ven fuera de una buen parte del mercado simplemente por hacer las cosas bien y comportarse confore a la ética. Ello, de facto, lleva implítico un mensaje demoledor: estamos creando una sociedad en la que a los corruptos les va mejor.

¿Cómo se puede actuar contra la corrupción? Comenzando por la educación. Es clave que inculquemos una cultura de esfuerzo y valores a los más pequeños, pero también que desde las escuelas de negocio y universidades se haga hincapié a los alumnos en que nada perdura sin la ética y que tenemos que cambiar el chip, que se trata de crear valor para el accionista, y de esta forma para toda la sociedad, pero que hay que hacerlo de forma sostenible y a largo plazo. Pero también necesitamos una clase política que realmente haga su labor. El papel del estado en un sistema económico, al menos desde un marco puramente teórico, es el de ayudar a resolver las ineficiencias de los mercados, marcar unas reglas del juego claras para todos que alineen la norma moral y la norma legal, a la vez que permitan el desarrollo económico de la mano del desarrollo social. Es clave bajo ese prisma que los políticos ahonden en la importancia de la transparencia, suya y de las empresas, como lo es también que las personas tomemos consciencia de que podemos ejercer la democracia con cada decisión de compra o inversión que tomemos en nuestro día a día. Los mercados siempre se mueven hacia dónde hay mayor rentabilidad, y si hacer las cosas conforme a la moral es rentable, aunque sea por meros objetivos pragmáticos y utilitaristas, hacia allí se desplazarán muchas compañías.

Pero rebobinemos un poco. Para que todo ello sea posible, necesitamos inculcar valores, esos a los que hacía alusión antes, y comprender que al final tanto las empresas como los partidos políticos no dejan de ser entes dentro de un sistema más grande llamado sociedad, y que nunca podremos exigirles a ambos comportamientos que nosotros, bien como personas, bien como el colectivo que somos, no estemos dispuestos a dar. 

Ayer le comentaba a un compañero del máster, medio en serio, medio en broma, que en el fondo yo era un poco de la generación del 98, aquella a la que le "dolía España". Bueno, algo de ello hay, pero sin dejar de lado mi optimismo vital irreductible. Creo que en los jóvenes que vienen, creo en los nuevos empresarios que salen de las escuelas de negocio y creo sobre todo en las posibilidades del ser humano por seguir mejorando. Esta crisis ha sido terrible y siempre hubo voces que señalaron que antes de ser económica y financiera, lo era ya de valores. Los escándalos de corrupción que se han destapado, los que estamos comenzando a ver y los que vendrán, así lo atestiguan. Lo bueno de la vida es que a veces un manguerazo de realidad nos pone en perspectiva y nos ayuda a replantearnos las cosas. Seguro que dentro de unos años volverá a haber otra crisis económica, pero en nuestra mano está llegar a ella de otra forma. Cuestión de valores, como casi todo en esta vida.

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