RSC - Sobre los Límites de la Actuación Empresarial

Algunos Apuntes

Llevo más de un mes "desaparecido" y pido disculpas a los asiduos al blog, pero en unas semanas debo presentar mi tesis para su posterior defensa a la vuelta del verano y vivo en un sinvivir, como diría aquel. Ayer tuve un interesante debate con unos buenos abogados acerca de lo que era la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) y los límites de la actuación empresarial. Lo cierto es que de lo allí hablado surgieron algunas ideas interesantes, y me ha parecido propicio compartirlas con todos vosotros. Os utilizo como "cobayas", y con perdón, porque lo que aquí trabaje puede que vaya directamente a mi tesis.

Como muchas veces hemos comentado en este foro, de acuerdo con las ideas de Adam Smith, cuando los agentes que intervienen en un mercado perfecto tratan de maximizar su beneficio, ocurre que toda la sociedad termina beneficiándose. El maravilloso libro "La Riqueza de las Naciones", que debería ser de lectura obligatoria en todas las Universidades y Escuelas de Negocio del mundo, lo explica a la perfección. Ocurre, que de acuerdo con el profesor Smith, para que ello se diera, se deben dar tres circunstancias. La primera, que el mercado sea perfecto, aspecto que a menudo no ocurre. La segunda, que los agentes que participan en el mercado lo hagan de acuerdo a unos valores morales y éticos conformes a la sociedad en la que se desenvuelven. Y tercero, que haya un estado que vele por el bienestar de los ciudadanos que forman parte del mismo, garantizando la paz y unas reglas del juego comunes para todos que sean justas y contractuales.

Como también se ha explicado aquí a menudo, los mercados distan mucho de ser perfectos. Entre otras cosas, por la llamada asimetría de la información, la cual no está disponible ni en tiempo, ni en forma, ni en proporcion por igual a todos los agentes que forman parte de aquel. Ello impide que se tomen las mejores decisiones económicas. Pero más aún: permite que haya comportamientos oportunistas alejados de esos valores a los que antes hacía alusión. La teoría empresarial, bajo el prisma contractual, siempre ha considerado a las empresas como entidades que tienden a reducir la incertidumbre en los mercados, por cuanto bajo su estructura, muchas personas trabajan de la mano en pos de un bien común. Es por ello, por lo que se ha considerado que cuando una compañía maximiza su beneficio, o al menos lo intenta, también toda la sociedad se beneficia en su conjunto, aproximándose a las ideas de Adam Smith. Como se entiende que el mercado no es perfecto, se acepta que el equilibrio que se alcanza no es el mejor, pero si debiera ser lo que los economistas llamamos un "Óptimo de Pareto", en el cual nadie empeora su situación de partida, existiendo muchos agentes que mejoran la misma. Aunque el reparto del beneficio no sea simétrico, la llamada "teoría del goteo" postula que también las clases menos pudientes mejoran su situación de partida cuando a las compañías les va bien. Sin embargo, Stiglitz ganó el Premio Nobel por demostrar que los mercados, a menudo, alcanzan equilibrios ineficientes, en los cuales las personas empeoran su situación de partida incluso en escenarios de crecimiento económico.

Esto no es una cruzada contra los mercados. Como he dicho muchas veces, los mercados son, y separan lo eficiente de lo ineficiente en función de unas reglas del juego que marcamos las personas que intervenimos en los mismos. El objetivo del beneficio es imprescindible para que una sociedad progrese, porque sin empresas no se crea riqueza, eso es obvio. Pero además, sin el incentivo de la posible plusvalía que puede generar el talento, el esfuerzo y la mera labor empresarial (aspecto que obvian muchos economistas), no habría nadie que quisiera arriesgar su dinero para crear puestos de trabajo y desarrollar proyectos que beneficien no sólo al emprendedor, sino a toda la sociedad por el reparto de salarios y la dinamización de la economía de una región. El problema viene cuando bajo el mantra de la maximización del beneficio, se ha tendido hacia una visión maquiavélica del mismo. Cuando estos años se hablaba de crisis de valores a la hora de entender qué es lo que había pasado en los mercados, sin lugar a dudas había mucho de ello.

Para Milton Friedman había dos únicos límites para la actuación empresarial: uno, la ley, y dos, la ética. El problema es que estos dos principios se han quedado lamentablemente obsoletos. La norma legal hace tiempo que se alejó de la norma moral, pero no sólo eso, sino que los gobiernos han resultado ser ineficaces a la hora de marcar el cumplimento de las mismas. Hoy sabemos que es legal que un banco rescatado con los impuestos de todos, desahucie a una familia cuyos miembros han perdido el empleo y cuyos impuestos, precisamente, han servido para rescatar a dicha entidad. Sin embargo, no es moral. Una sociedad que presenta tal dicotomía, es una sociedad jurídicamente enfermeda y alejada de los principios básicos del contrato social.

Pero voy más allá. La globalización de la economía hace que los gobiernos, que siguen siendo organismos nacionales, no puedan llegar a regular las actuaciones de muchas compañías más allá de sus fronteras. Hoy vivimos en la economía de redes globalizada, dónde las cadenas de valor, no sólo se externalizan, sino que se internacionalizan. Allí los gobiernos no llegan, y los países en vías de desarrollo no son capaces de presentar sistemas legales justos que respeten los derechos humanos y laborales más fundamentales. El resultado, a menudo, es un beneficio empresarial que no mejora las condiciones de las personas que trabajan en dichos países, aún cuando perciban un salario por ello. Se condena también a los niños a la pobreza permanente cuando se les obliga o se les permite trabajar en lugar de estar en un colegio. 

No hace falta irse tan lejos en cualquier caso. Tenemos a la clase política española bajo sospecha por la cantidad de casos de corrupción que nos asolan. Cuando él árbitro resulta estar comprado, es muy difícil que el estado cumpla con su labor. Cuando resulta que sólo el aeropuerto de Castellón ha costado más que todo el fraude fiscal de todo un año, entonces tienes un problema de proporciones siderales. O cuando te encuentras cuestiones como las de Pujol, Rato, Bankia, Operación Púnica, Operación Gürtel, el desastre de las cajas de ahorro y de todos los ayuntamientos e instituciones con gente procesada y / o en la carcel, con mención especial para el caso de los ERES de Andalucia, también tienes evidentes síntomas de que el sistema direcamente está podrido. Aquí está claro que no se ha cumplido la ley, pero es que no ha habido un gobierno capaz de hacerla cumplir y gestionar con eficacia dicha obligación en muchos lustros.O lo que es peor, no ha habido nadie con voluntad de hacerlo.

Al hilo de esto último, aparece la ética. Es relativamente sencillo comportarse conforme a la misma cuando sólo operas en un país y compartes unos valores con el resto de conciudadanos que conviven contigo, pero cuando sales fuera, te das cuenta que hay pocas verdades morales universales. Es el daño que ha hecho el relativismo y que ha permitido justificar ciertas cosas que realmente son intolerables.

Así pues, la ética y las leyes hacen tiempo que pasaron a ser una frontera demasiado fina en lo que a la actuación empresarial se refiere.

¿Debería legislarse la RSC? ¿O fomentarse desde el gobierno este tipo de políticas empresariales? Yo creo que bastaría con que el Estado cumpliera con su labor de forma diligente y que promoviera a través de la misma una cultura de transparencia, que nos permitiera como agentes que participamos en un mercado tomar nuestras decisiones económicas de forma óptima y con valores. Al igual que con lo que sabemos ahora ninguno hubiera invertido en Bankia, muy probablemente no compraríamos productos de ciertas compañías que lleven a cabo determinadas malas prácticas. Y aunque la evidencia empírica apunta que el consumidor no está dispuesto a hacer sacrificios en precio y calidad, también lo es que a igualdad de condiciones, tiende a primar a las empresas socialmente responsables. En el fondo, todos tenemos una necesidad de realizarnos y nos sentimos mejor cuando apoyamos una buena causa que cuando no.

Los límites a la actuación empresarial los tenemos que marcar los stakeholders o grupos de interés con nuestras actuaciones, exigiendo a las compañías que se comporten con responsabilidad. Y ello se puede hacer vía compras, como decía, o vía decisiones de inversión, pero también concienciando al resto de la sociedad sobre los efectos de determinadas actuaciones, pidiendo al Estado que sea justo y cumpla de manera eficaz con las tareas asignadas dentro de un sistema económico e incluso exigiendo a la cadena de valor el cumplimiento de ciertos estándares medio ambientales y laborales. Las compañías, muchas veces por mero pragmatismo, ya están empezando a utilizar la RSC para llegar a nichos de mercados en los que antes no operaban, mejorar las relaciones con sus clientes, atraer inversores vía aparición en ciertos índices e indicadores o incluso atrayendo y reteniendo empleados por su reputación y prestigio en el trato a sus trabajadores.

Y es que vivimos también en la era en la que la información se ha democratizado. Todos podemos ser prescriptores y todos somos transparentes. Se podría dar la paradoja de que aquellas empresas más orientadas hacia la sociedad, también pudieran ser más rentables. Tratando de hallar algunas respuestas me hallo. Espero poder deciros algo más en breve. Por lo pronto, ejerzamos nuestra voluntad como pueblo no sólo en las urnas cada cuatro años, sino día a día en nuestras decisiones económicas. Que no se nos olvide: el progreso no debe ser sólo económico. También moral. Ese debería ser el verdadero límite a la actuación empresarial. Y depende de nosotros.

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