Economía - Por qué es Necesaria la Responsabilidad Social de las Empresas (I)

Argumentos Morales

Encontrándome como me encuentro en la recta final de mi tesis doctoral, ya escribiendo la misma mientras en paralelo vamos viendo algunos resultados del modelo planteado, estoy en un momento en el que este blog se está convirtiendo en un auténtico laboratorio de ideas (finalidad para la que fue concebido originalmente), de cara a pulir determinados argumentos que dan pie a las hipótesis que estoy analizando. Es por ello por lo que es posible que en las próximas semanas aparezcan más post del estilo del de hace unos días o cómo este mismo. ¡Espero que mis "líos" mentales os sean de utilidad a todos aquellos que me seguís!

Apuntaba hace una semana que Milton Friedman, máximo defensor del libre mercado y del menor intervencionismo posible del estado en el sistema económico, esgrimía que los dos únicos límites a la actividad empresarial eran la ley y la ética. En el fondo sus argumentos, desde un punto de vista aséptico, en un mundo perfecto, tanto como debiera ser el mercado en el que tanto creía Friedman para que la llamada "mano invisible" funcionase, tienen todo el sentido.

Remontémonos al manido "contrato social". Simplificando y yendo al grano, el asunto consiste en que los gobiernos legislan, o al menos así debieran hacerlo, conforme a un conjunto de normas, creencias y valores morales que la colectividad que los ha elegido consideran como propias o comunes. No soy experto en filosofía del derecho, pero desde un prisma purista, las leyes debieran ajustarse en la medida de lo posible a la norma moral. Sólo bajo esa premisa se puede desarrollar un sistema jurídico "justo" que no sólo sea legal, sino que a la par sea legítimo. Muchas veces se obvia la diferencia. Pongamos un ejemplo que resulta clarividente: imaginemos que en España un gobierno aprobara una ley que amparase el trabajo infantil. Aquello sería legal, pero contaría con la oposición de una buena parte de la ciudadanía.

De un tiempo a esta parte, la ley se ha alejado de forma paulatina y permanente de la norma moral. Es cierto que hay cuestiones que no son tan evidentes como la que exponía acerca del trabajo infantil, pero lo cierto es que todos conocemos situaciones en las que determinadas normas, incluso sentencias, nos dejan a cuadros. Más allá de la mera opinión de cada uno, Bruselas nos ha dado un palo no hace tanto con la cuestión de la ley hipotecaria. Dejando al margen los debates referentes a la misma, hay una obviedad que nadie puede negar: ésta era asimétrica y permitía situaciones que no eran tolerables desde un punto de vista ético. Adecuarse solamente a la legislación vigente, no es garantía de un comportamiento legítimo y moral.

Pero, además, hoy las cosas son aún más complicadas. Hace apenas unos años, los gobiernos podían marcar las reglas del juego, porque la economía apenas estaba internacionalizada. En un entorno global como el actual, los organismos nacionales se ven incapaces de acotar el escenario mundial. Y ello lleva a continuas situaciones de doble moral y contradicciones permanentes. Imagino que a nadie se le ha olvidado el escándalo del Prestige. Aquel buque era monocasco. En EEUU no hubiera sido legal que navegase por sus aguas, ya que las normas se cambiaron tras el hundimiento del Exxon Valdez, pero sí lo era que lo hiciera por las aguas de la UE. La compañía propietaria del Prestige no estaba haciendo nada ilegal, pero los riesgos de aquel barco eran evidentes y sus dueños lo sabían. Su comportamiento no era moral.

Cuando empecé a investigar acerca de la RSC, allá por el año 2006, cayó en mis manos la memoria de RSC de la compañía una importante compañía textil española. Hoy puede que haya cambiado la misma, no lo sé, pero recuerdo que ésta afirmaba cumplir escrupulosamente con la legalidad, tanto ella como los talleres que formaba parte de su cadena de valor, en todos los lugares del mundo dónde llevaba a cabo su actividad. Bien, lo que no se explicaba es que, de acuerdo con EIRIS, en muchos de esos países son legales prácticas abusivas como aquellas permiten discriminar a la mujer, contratar a niños, prohibir el asociacionismo del trabajador o fomentar el trabajo forzoso. En muchos casos, tampoco hay salarios mínimos, ni existen unas garantías de salubridad y seguridad en el puesto de trabajo que sí están legisladas en la inmensa mayoría de los países de la OCDE. La deslocalización de las plantas está fomentando, como demostraba la Profesora Carmen Valor en un magnífico artículo llamado "What if all trade were fair trade?", una "carrera a la baja" de los derechos del trabajador en muchos de estos países para atraer a multinacionales. Tanto es así, que el parlamento danés aprobó hace años una enmienda por la cual se conminaba a todas sus empresas a comportarse conforme a las leyes danesas en aquellos países en las que no existiera un "derecho justo", esto es, aquel que respeta los derechos humanos más elementales. Como apuntaba antes, la ley se aleja de la norma moral a pasos agigantados.

El otro día también hablábamos de las externalidades y las señalábamos como fallos del propio mercado. En teoría les corresponde a los gobiernos actuar para aminorar las mismas y garantizar una cierta igualdad de oportunidades y redistribución de la renta. Pero, ¿qué ocurre cuándo el que tiene que marcar las reglas del juego tiene sus propios intereses? No se puede ser juez y parte. Y desgraciadamente, todos conocemos los casos de políticos de todo el mundo que después de salir del gobierno de turno, son fichados por multinacionales. En algunos casos incluso, y eso ya es el colmo, éstas ganan "concursos" relacionados con el puesto del ex político cuando formaba parte de alguna administración pública. Pero voy más allá. El caso de los ERE en Andalucía, la trama Gürtel, los papeles de Bárcenas o el caso "Filesa" en su día nos demuestran que de un tiempo a esta parte se nos han colado en las instituciones una especie de sanguijuelas capaces de montar un entramado cuyo único fin es la captación y reparto de rentas privadas bajo el amparo de lo público. Cuesta mucho creer, y es duro decirlo, que nuestros gobiernos no legislen conforme más a los intereses personales de quiénes forman parte del mismo que al bien común. O al menos, por ser un poco más suave, que pongan siempre a los primeros por delante de los segundos. Y así, el sistema no funciona.

Vamos con la ética. Ésta se caracteriza por "generalizar" lo que es bueno o malo para cualquier tipo de moral. Creo que el relativismo ha hecho muchísimo daño al comportamiento ético de las personas. Evidentemente no todo es blanco o negro, y es obvio que todo tiene un contexto o, al menos, unos atenuantes, pero me niego a pensar que todo sea relativo. Ello nos lleva a comportamientos paradójicos también de los agentes económicos provenientes de una especie de autoindulgencia derivada de lo anterior. Ahora resulta que el problema es de los mercados que son malísimos, cuando éstos llevan funcionando miles años, concretamente desde el mismo día que se inició el trueque. También resulta que ahora la actual crisis es culpa de Milton Friedman y de Ronald Reagan. Del primero por apostar por el libre mercado y del segundo por legislar en consecuencia. Lo que a mi no me cuadra es por qué ha estallado casi 30 años después. ¿No será que de un tiempo a esta parte lo que han variado son los valores de las personas y el uso que se hacen de las normas? El problema del relativismo es que reduce a la mínima expresión a la ética. No hay hueco para la universalidad de la moral, ya que todo tiene una validez subjetiva que depende de cada marco de referencia. Por eso no puedo estar más de acuerdo con aquellos que apuntan que vivimos una crisis de valores sin precedentes y que detrás del lío económico que tenemos hoy montado, subyace precisamente eso. Sufrimos la resaca de la borrachera maquiavélica del todo vale que ha guiado a los partícipes de nuestro sistema durante los últimos años.

Sí, vuelvo a ser duro, pero es que como explicaba en mi anterior post, bajo el mantra de la "maximización del beneficio" se ha considerado que nada era suficiente para alcanzar tal fin, obviando lo que Adam Smith pensaba, que el fundamento de la acción moral no se basaba en normas ni en ideas nacionales, sino en sentimientos universales comunes y propios de todos los seres humanos.Sin los mismos, no hay mano invisible, y sin ella sólo hay desequilibrios, desigualdades y una asimetría insoportable. Porque si algo nos ha enseñado la historia es que ningún sistema económico es sostenible si su desarrollo no lleva aparejado una mejora social. Hoy en día vemos cómo nuestro sistema financiero es rescatado con el dinero de todos, mientras algunos de sus directivos siguen cobrando una barbaridad en bonus y dietas. A la par, millones de persona están desempleadas y cientos de miles han perdido sus viviendas. Asumo que puede sonar demagógico tal y como está redactado, pero en el fondo sabemos que esa situación se está dando. El progreso de una sociedad también se tiene que medir en términos morales, no sólo económicos. Y si las sociedades no progresan, la prosperidad de las empresas será cuando menos complicada.

Hoy en día vivimos momentos convulsos. Los movimientos sociales nos recuerdan ver con mayor frecuencia que hace unos años que existe un creciente convencimiento de que el comportamiento de muchas de nuestras compañías, sobre todo las que operan a nivel global, dista mucho de ser legítimo aún cuando se ajuste al (precario) derecho de muchas naciones en vías de desarrollo. La empresa es un agente económico, pero también un agente social que debe comportarse conforme a unas normas y valores eticos y morales que debe ser de máximos, esto es, los que garanticen y fomenten en mayor medida los derechos humanos, sociales, medio ambientales de las generaciones actuales futuras.  Las empresas, las mismas que lideran el crecimiento económico, también pueden ser locomotoras del progreso moral. Además, hay argumentos económicos para ello. Pero eso lo dejo para el próximo post.






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Estoy totalmente de acuerdo contigo Fernando.

El viernes estuve reunido con el equipo de gestión en Aragón de Economía del Bien Común, un proyecto que nació en Austria hace pocos años y con el que estoy comenzando a colaborar.

Te dejo su web por si no los conoces: http://www.economia-del-bien-comun.org/

El bien y el mal, la ética y la moral no lo dictan las leyes si no la conciencia humana.
Fernando ha dicho que…
¡Hola Raúl! Millones de gracias por pasarte por El Disparadero!!

He leído y conozco un pco en qué consiste la economía del bien común. Algunos de sus planteamientos de partida me parecen muy interesantes, aunque hay algunos posicionamientos que me chirrían un poco. En cualquier caso, muy necesaria su perspectiva con la que está cayendo.

Muy de acuerdo contigo: el bien y el mal lo lo marcan las leyes

Un fuerte abrazo

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