Economía - España, 6.202.700 parados después

Algunos Apuntes

Esta mañana hemos sabido los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), la cual reflejaba un panorama desolador: Ni más ni menos que 6.202.700 personas se encuentran actualmente en paro. Escalofriante. Si bajamos a los porcentajes, esto significa que el 27% de la población activa busca empleo y no lo encuentra. Que el 57% de nuestros jóvenes, esa generación más preparada de nuestra historia, sigue teniendo las puertas del mercado laboral cerradas a cal y canto. Y que, realmente, estamos ante una situación dantesca.

Igual de preocupado que estas cifras, me han dejado las declaraciones de políticos, sindicatos y miembros destacados de la UE, como el señor Oli Rehn. Para oposición y sindicatos estamos ante un problema derivado únicamente, o al menos en gran medida, por la reforma laboral llevada a cabo por el gobierno hace un año. Para el gobierno estos datos no nos deben hacer perder la perspectiva de que las cosas comienzan a ir mejor. Y desde Bruselas se nos insiste en que no hay más remedio que seguir recortando.

Aléjemonos de populismos y centrémonos en el análisis un poco más objetivo, dejando de lado tendencias políticas. Lo primero que hay que decir es que se sigue destruyendo empleo porque la coyuntura es horrible. España ha atravesado, durante el 2012 y este primer trimestre del 2013, tal vez la fase más dura de la crisis. Es cierto que en el año 2009 el PIB cayó de una forma mucho más notable, pero también lo es que por aquel momento los gobiernos tenían capacidad para introducir estímulos fiscales, que tanto familias como empresas tenían sus reservas, y que los bancos, dando patadas hacia adelante, todavía soltaban algo de liquidez gracias a las inyecciones del BCE fundamentalmente.  La realidad es que hoy estamos mucho peor que hace 4 años.

Europa vive inmersa en un círculo vicioso de muy difícil salida. La consolidación fiscal para países como España o Italia es inevitable. El problema del déficit público, para que nos entendamos y contado de una forma muy sencilla, es que, cuando se produce, el estado no tiene dinero para pagar sus facturas, sus nóminas y sus gastos corrientes. Ni siquiera para devolver el dinero que debe. Para cuadrar sus cuentas recurre al endeudamiento. Y éste comienza a ser un problema cuando los que te prestan dinero perciben que existe un riesgo real de que no puedas atender los vencimientos de tus compromisos con ellos. En un primer lugar, te piden un mayor interés, pero luego te puede pasar como a Grecia, Irlanda o Portugal, que no encuentres quien te preste y que el estado vaya a la quiebra. La capacidad de pago de la deuda de un país se mide en relación a su PIB. España, gracias a varios años de enormes déficits públicos y a una recesión que se alarga y no parece tener fin, ya tiene una deuda pública que está por encima del 80% del mismo, lo que le acerca a la zona de peligro. Encima, como el PIB se reduce al estar inmersos de una recesión, nuestro riesgo de impago se eleva paulatinamente. 

Aunque lo dicho anteriormente sea cierto, también lo es, y así se ha dicho en este blog en reiteradas ocasiones, que una política de austeridad tan dura en un contexto tan complicado como el actual, es someter al enfermo a unas sesiones de quimioterapia salvajes. Por el camino, el enfermo puede morirse al no poder superar un tratamiento tan duro. Lo que ha hecho España durante el año 2012 realmente no tiene precedentes históricos. O al menos yo no los conozco. Dejando de lado el rescate de la banca, en medio de una recesión tan profunda, el haber sido capaz de bajar de un 9,4% de déficit público a un 7% es meritorio y denota una voluntad firme por parte de nuestro país por hacer sostenibles sus cuentas públicas. El problema es que el paciente se nos está muriendo por el camino. Los más de 6 millones de parados son el mejor ejemplo.

La subida del paro implica que el estado tiene que aumentar los subsidios por desempleo, que las bases imponibles del IRPF se reduzcan, incluso las del IVA, al seguir aminorándose la renta disponible de las familias. Además, al bajar el gasto público, las actividad económica se contrae, lo que redunda en las empresas (que también ven cómo se aminora sus beneficios y con ellos base imponible del impuesto de sociedades), de tal forma que se da la paradoja de que puede llegar un punto en que el estado, al seguir con los recortes, vea cómo su déficit público no sólo no baje, sino que aumente, por cuanto la caída de ingresos supere a la bajada de los gastos (menos los aumentos de las transferencias por el auge del paro).

Pero el problema es aún mayor. Cuando un país ve como su prima de riesgo sube y sube, o se mantiene en 300 puntos básicos (que ahora lo consideramos un éxito, pero que es una barbaridad), a las empresas de dicho país les resulta mucho más caro financiarse. Así nuestra banca, los póquísimos créditos que da, o las refinanciaciones que ahora saca adelante, lo hace con diferenciales de Euribor + 5 ó +6, frente a los tipos inusualmente bajos que pagan los alemanes, por ejemplo. Ello hace que las compañías sigan destruyendo empleo, por cuanto la actividad económica baja, pero se ven incapaces de tener un mínimo revolving para llevar a cabo su actividad. Dejemos de lado las multinacionales, que son pocas y hacen mucho ruido, y centrémonos en las PYMES. No es verdad que estas compañías hayan aprovechado la reforma laboral para hacer limpia. La mayoría de despidos por cuestiones económicas los gana el trabajador, lo que de facto sigue suponiendo una indemnización por despido más alta que en el resto de Europa. El carácter tuitivo de nuestro derecho laboral sigue siendo muy marcado y las estadísticas son públicas. La realidad es que la mayoría están con respiración asistida y si siguen destruyendo empleo es porque realmente no pueden más.

La presión fiscal a la que están siendo sometidas las PYMES, la agresividad de la propia administración con ellas, aún cuando demuestren que tienen voluntad de pagar sus impuestos y hacer bien las cosas, el cierre del crédito hasta límites esquizofrénicos (como no anticipar una factura del estado de Canadá para cobrarse un préstamo, caso verídico), está matando al tejido empresarial de este país. Y son las PYMES las que pueden generar empleo estable y de calidad, no nos engañemos.

Se decía el lunes que parecía muy probable que Europa nos diera dos años más para cumplir con los objetivos de déficit al reconocer los esfuerzos de países como España o Portugal, pero sobre todo porque reconocían haber fallado en la estimación del multiplicador del gasto público. Para que me entendáis, esto significa lo siguiente: si cada euro que recorta el estado, supone una caída de la actividad económica de 1 euro, entonces el multiplicador es 1. Si por el contrario la caída fuera de 2 euros, entonces el multiplicador sería 2. Europa ha reconocido por fin que erró en sus cálculos, y que el deterioro ha sido mucho mayor del pensado. Si así fuera, España recibiría un auténtico balón de oxígeno que debería aprovechar bien.

Sin ser gestor de lo público, a mi se me ocurren algunas cosas que se podrían hacer. Por ejemplo bajar el IVA del turismo y de la cultura, a la par que se reducen las subvenciones (está estudiadísimo que el impacto de la subida de un tributo es mucho mayor sobre la actividad económica que la retirada de una subvención. Ahí está la ley de Laffer). Bajaría el IRPF, le quitaría grasa a la administración (Sr. Rajoy, lleva usted ya un año y medio anunciando una reforma que nunca llega), le metería mano al mercado de la energía (¡no podemos permitirnos tener la más cara de Europa!), al de las telecomunicaciones y a algunos del resto de oligopolios que aún nos quedan. En paralelo reduciría el gasto público en aquello que realmente es superfluo e invertiría en educación. Sobre todo en ella. Apoyaría a la marca España, buscaría la forma de fomentar las exportaciones y las asociaciones entre empresas para que ganen masa crítica y puedan salir más allá de nuestras fronteras. Algo que favorezca el crecimiento, que permita reducir el déficit sin seguir metiendo sesiones de quimioterapia al enfermo.

De paso me armaría de valor para ir a Bruselas a decir que esto que está pasando es una gran injusticia. Que muchos de nuestros problemas vinieron dados por el Banco Central Europeo que fomentó una política monetaria expansiva que no le convenía a España a principios de este siglo (y que siempre contó con el voto en contra de nuestro representante en dicho órgano). Que nuestra burbuja la financiaron nuestros bancos con una falta de control lamentable, pero que la misma falta de rigor que les achacan, la tuvieron los bancos europeos, que prestaron el dinero con una alegría inusitada a nuestro sistema financiero (y ganaron mucho dinero con ello, por cierto), y que por lo tanto es inmoral cómo se está repartiendo la factura de esta crisis. 

Que nadie se me asuste. No valgo para político y es posible que mucho de lo que haya apuntado ni siquiera sea posible llevar a cabo, o que agrave la situación. Y lo digo con total humildad, sin un sólo ápice de falsa modestia. Me queda el consuelo de que los mercados siempre se terminan ajustando a pesar de nuestros políticos. Keynes decía que dicho ajuste era insoportable para la ciudadanía. Visto lo visto, quiero creer que no nos puede quedar tanto para que el ciclo comience a cambiar. A pesar de los que nos han venido gobernando de un tiempo a esta parte. Eso sí, 6.202.700 parados después. Tremendo

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