Viajes - Chile

Santiago, Atacama e Isla de Pascua

Lo prometido es deuda, así que recién aterrizado me pongo a relataros algunas de mis vivencias de estas dos semanas largas que he estado en ese gran país que es Chile. La verdad es que son tantos los buenos momentos vividos, tantas las maravillas conocidas, que reconozco estar un poco abrumado sin saber muy bien cómo empezar. Así pues, aún siendo un poco anárquico, al menos al principio, voy a empezar con alguna generalidad para luego centrarme en aquellos aspectos del viaje que más me han gustado, yendo más a lo concreto.

Desde un punto de vista económico y social, Chile tiene muy poco que ver con el resto de países sudamericanos. Con una economía que crece en torno a un 6% anual, y una tasa de paro que apenas sobrepasa el 8%, podríamos decir que el país andino se asemeja en muchas cosas a algunos países europeos. Las causas de este pequeño milagro dentro de un continente tan conflictivo y pobre, radican, en primer lugar, en la cantidad de materias primas que tiene Chile. Es el primer productor mundial de litio (prácticamente todas las baterías de móviles, cámaras, etc., precisan del mismo), es también el primer productor mundial de cobre y goza de una industria minera (ahora en boca de todo el mundo) muy importante, lo cual, sumado en su conjunto, le ha permitido adquirir divisas de forma regular y con relativa  facilidad, favoreciedo su crecimiento. Tan importante como el tener materias primas (otros países de la zona tambíen las tienen) ha sido la industria paralela que ha permitido la explotación de las mismas. Aunque las medidas de seguridad a menudo dejen que desear, aunque haya muchos aspectos que pulir, lo cierto es que estamos ante un país serio con una industria seria.
Las maravillas de la naturaleza que tiene Chile, le han proporcionado también la posibilidad de desarrollar una importante industria turística. Lo más interesante es que todo el país cuenta con unas infraestructuras más que notables (recordemos que hablamos de Sudarmérica), pero sobre todo con profesionales muy competentes. Las promesas se cumplen, los precios no son abusivos, hasta los taxis se pagan por adelantado al llegar al aeropuerto en una agencia oficial evitando sustos innecesarios. La bondad de la gente, su honestidad (la corrupción les ofende muchísimo) y su ética por el trabajo, hace del país andino el más seguro del continente. Los riesgos de robo son los mismos o incluso menores que en Madrid en la Puerta del Sol.

Su industria agroalimentaria es también muy interesante, destacando el papel que están jugando sus vinos a nivel mundial. En la actualidad, Chile exporta cerca del 95% de sus caldos, lo cual supone otra fuente interesante de obtener divisas. Es cierto que tal vez le falten más marcas top (que las tiene también), pero no lo es menos que es casi imposible encontrarte un mal vino chileno embotellado. La inmensa mayoría de sus productos guardan una relación calidad - precio ejemplar.Por destacar uno, me quedo con Montes Alpha Merlot 100%, un monovarietal del Valle de Colchagua. Espectacular.

Chile ha recobrado su estabilidad política con una rapidez sorprendente. Las heridas de la dictadura siguen a flor de piel, pero ahora mismo parece impensable que su joven democracia pudiera tambalearse por la irrupción del ejército o de un caudillo estilo Chávez. Goza, por lo tanto, de un clima político propicio para que siga por la senda del crecimiento. Dos asuntos son los que tiene que resolver a muy corto plazo. Uno, el de la distribución de la riqueza, y dos, el de la educación pública. El país ya no está, afortunadamente, cómo contaba el libro de "La casa de los espíritus" de Isabel Allende, pero sigue habiendo poca gente acumulando buena parte del capital y aunque se aprecia una clase media incipiente, las diferencias siguen siendo notables. En cuanto a la educación pública, diferentes estudios demuestran que ésta está muy por debajo de la privada, lo cual crea una brecha social que es necesario cerrar cuanto antes para que el país pueda seguir progresando.

Santiago de Chile es una ciudad soprendente. No es tan señorial como  Buenos Aires, no tiene partes arquitectónicamente impactantes, ni grandes paisajes salvo que te subas al cerro de San Cristóbal, sin embargo, tiene mucho encanto. Fundamentalmente por su gran vida y por su gente. Es una ciudad que parece no dormir nunca entre semana y que se desmadra cuando llegan los viernes. Hay muy buen "rollo" en todas partes y uno se siente como en casa porque en cualquier lugar la gente se desvive por agradarte. Dentro de la capital, me encantó el barrio de Bellavista. Un sitio bohemio lleno de buenos restaurantes y lugares dónde salir. Puedes coronar tu paseo por dicho barrio visitando "La Chascona", la que fue una de las casas de Pablo Neruda, hoy convertido en un museo que merece mucho la pena, y subiendo en el funicular al Cerro de San Cristóbal, dónde puedes gozar de las mejores vistas de toda la ciudad. Si tienes la suerte de tener un día claro, las vistas de los Andes son impresionantes.

También tiene su gracia toda la parte del Mercado Central y la Catedral. Si uno comienza su paseo desde la casa de la Moneda y se va dejando perder a medida que se adentra en calles peatonales, se sorprende llegando a este famoso mercado, rehabilitado durante la dictadura, en el que se puede comer, comprar y disfrutar del ambiente. Por último, no me gustaría dejar de acordarme de "Liguria", un restaurante - bar del barrio de providencia, nido de periodistas, escritores y gente del mundo de la cultura, dónde al calor de un gran vino y una música inmejorable, puedes pasar una velada memorable. Por cierto, que si cruzas la calle y te adentras en el mercado de Providencia, si no llegas demasiado tarde, puedes comprar las mejores empanadas de todo Santiago. Junto con las gallegas artesanales de toda la vida, son las mejores que he probado nunca.

Cuando uno aterriza en Calama y se adentra poco a poco en el desierto de Atacama, no puede sino estremecerse al observar el paisaje (aunque se llegue de noche) y pensar que está en el desierto más árido del planeta. Basta decir que la pluviometría media anual es unas seis veces menor que en el desierto del Sahara. Nuestro "campamento-base" fue San Pedro de Atacama, un pueblo precioso, muy preparado para el turista y que admito que no se parecía en nada a ninguna cosa que yo hubiera visto hasta la fecha. Sus calles son de tierra y sus casas de adobo, lo que te hacen pensar por un momento que estás en un sitio muy pobre, pero la realidad es que aquello es un pueblo que ha sabido conservar lo diferencial que tiene para atraer el turismo. Detrás de esas casas tan curiosas, se esconde una gran oferta hostelera perfectamente preparada para el viajero.La gente de los hoteles se muere por lograr que tu estancia se inmejorable y por ello te ayudan a preparar las excursiones, aconsejándote con quién ir, cómo hacerlas, qué es prescindible y que no lo es en función de tu tiempo. 

La visita al Valle de la Media Luna, dónde uno puede ver unas puestas de sol maravillosas entre los Andes y la cordillera de Domeyko, es parada obligatoria para todo visitante de la zona. Su atardecer me pareció de las cosas más bonitas que he visto en mi vida. Otra parada ineludible, pese al madrugón considerable que implica, es la de los Géiseres del Tatio, los cuales son los más altos de todo el planeta, a 4.500 metros de altitud. Sus 80 focos activos suponen el 8% de todos los géiseres mundiales. De vuelta a San Pedro, uno no puede dejar de parar a probar en algún pueblecito andino brochetas de llama. Deliciosas. 

Pero sin lugar a dudas, los dos lugares que más me gustaron de Atacama fueron las lagunas altiplánicas (de nuevo a casi 4.500 metros de altitud) y el valle del Jere, un auténtico Oasis con increíbles árboles frutales plantados por los colonizadores españoles. Cuentan que en el mismo hay unas viñas dónde se produce un vino dulce muy característico. El Jere es un pequeño milagro dentro de ese ecosistema tan extremo que supone Atacama. Si se tiene tiempo, otra excursión muy agradable es ir a dar un paseo a caballo por la aldea Tulor y alrededores. Aunque vuestros équidos sean rebeldes (como fue mi caso) la experiencia es muy recomendable.

Por último, dentro de San Pedro, recomendaros algunos sitios para comer / cenar: el restaurante del Hotel Tulor. Su menú es algo más caro que la media del pueblo, pero merece la pena. Los gnochi de papas moradas son de lo mejor que he probado en mucho tiempo. Los platos elaborado con quinoa también. "Todo Natural", restaurante que presume del origen de sus ingredientes, es otra magnífica opción. "La Casona", con un patio interior precioso, ofrece menús increíbles, platos típicos y un ambiente inmejorable. Por último, "La Piedra" hace comida de todo tipo (Chilena e internacional). Sus pizzas y empanadas son memorables. Sus jugos naturales también.

La historia de Isla de Pascua o Rapa Nui es apasionante. No se sabe a ciencia cierta cuándo comenzó a habitarse la misma, pero los últimos estudios datan la llegada de las primeras tribus procedentes de la Polinesia allá por el siglo VIII. La isla, de origen volcánico, era un auténtico paraíso de plantas tropicales en su hábitat natural. Los primeros habitantes iniciaron un culto a sus ancestros, a los que convertían en deidades, y les adoraban a través de Moais, esas caras curiosas de piedra que se extienden por toda la isla. Dichos monumentos funerarios, eran construídos en Rano Raraku, un volcán "dormido" dónde todavía se pueden observar Moais a medio construir. Lo curioso en esta historia, es lo que aconteció después. Debido a todas las maderas que necesitaban para el traslado de los Moais, así como para la propia subsistencia (véase, para la elaboración de barcas y utensilios para la pesca y la caza), Rapa Nui se colapsó, comenzando una etapa de hostilidades entre las diferentes tribus. Esquilmaron la isla, ni más ni menos.
A partir de ahí se abandona de forma progresiva el rito de los Moais y se pasa a al culto del "Make - Make" que tenía como punto culminante la competición del "tangata - manu" (u hombre pájaro). Esta celebración meritocrática, implicaba la búsqueda del primer huevo que cada año ponía el manutara en unas islas minúsculas frente a Orongo, un volcán de la isla. El reto consistía en bajar una pared de unos 200 metros de altitud, nadar hasta las citadas islas, coger el susodicho huevo y traerlo de vuelta. Huelga decir que todos los años morían muchos de los participantes, despeñados por el acantilado. El premio era el liderazgo espiritual de Rapa Nui durante un año. 

La Isla de Pascua, la cual debe su nombre a que fue descubierta  por el mundo occidental el domingo de Pascua de 1722, pese a haber perdido buena parte de su flora original, se ha mantenido virgen desde el siglo XVIII. Aquello es un espectáculo. Apenas un tercio de los caminos está asfaltado (el resto son de arena) y por toda la isla deambulan caballos y vacas al libre albedrío. Apenas hay 20 kilómetros entre los diferentes extremos de Rapa Nui, y eso facilita mucho la visita y el ecoturismo, ya que hay multitud de rutas que se pueden hacer a caballo, andando y en bicicleta.Es más, hay algunas que sólo pueden hacerse así.

Una excursión fantástica es la que te lleva paralelo por la costa este de la Isla hasta Rano Raraku, el volcán al que antes hacía alusión. Por el camino te encuentras fabulosas estampas del mar rompiendo con rabia contra la costa en medio de Moais y otros monumentos milenarios. El parque nacional de Rano Raraku es también apoteósico. Uno no para de hacer decenas de fotos cada vez que avanza y descubre nuevos monumentos y nuevas vistas que mejoran a medida que uno gana algo de altura. A la salida del parque, espera impaciente el Ahu Tongariki, famoso por juntar a 15 Moais y cuya restauración corrió a cargo de un millonario japonés. Es una de las estampas más típicas de la Isla. 

Una vez se sale del Ahu Tongariki y dejando a mano derecha la península de Poiké (creo que es increíble, pero ya no tuve tiempo material de conocerla), se llega a otra serie de puntos interesantes como los petroglifos de PapaVaka y el Ahu Te Pito Kura, el más grande jamás transportado. De allí se llega a la playa paradisiaca de Anakena, con arenas finas y blancas, cocoteros, caballos salvajes y unos impresionantes Moais que presiden la entrada a la cala. De ahí se vuelve por el interior a Hanga Roa, capital de Rapa Nui.

Otra excursión imprescindible es la que te lleva desde el Ahu Tahai hasta Terevaka, el volcán más alto de la Isla. Conviene dejarse el Ahu Tahai (el Moai que conserva sus ojos originales) para el final del día, cuando la puesta de sol nos regala unas vistas memorables. Por el camino hasta el monte Terevaka, te encuentras con unas cuevas increíbles (Ana Te Pahu y Ana Kakenga), más Moais y más vistas espectaculares. Al llegar a Ahu Akivi con sus 7 Moáis, ya sólo se puede subir hasta el volcán Terevaka andando o a caballo. Si se hace a pie, se tarde entra la subida y la baja algo más de tres horas (contando con el tiempo que se emplea en tomar fotografías, reponer fuerzas (en el caso de llevarse un bocadillo), etc). Merece muchísimo la pena. El Terevaka es el punto más alto de la Isla (más de 500 metros) y desde su impresionante cráter se observa toda la Isla.

Por último, hay una excursión que no se puede dejar de hacer: la visita al pueblo ceremonial de Orongo. Allí tenía lugar la competición del "tangata-manu" y se muestra un poblado reconstruido donde los participantes convivían y se preparaban los días previos al reto. Las vistas y el entorno son increíbles. Pero lo más memorable es la visita al cráter del volcán de Orongo. En el mismo, a unos 200 metros más abajo, hay un lago de agua dulce generado a partir de las abundantes lluvias de la isla. El diámetro del cráter es de 1.500 metros. Casi nada. Allí existen especies únicas cuyos principios activos han dado pie a la elaboración de medicinas muy importantes. Si uno lleva prismáticos, y pese a encontrarse casi en la otra punta de la Isla, desde lo alto de Orongo se pueden vislumbrar los 15 Moais de Ahu Tongariki.

Y eso es todo amigos, como decía aquél. Perdonadme la redacción, pero han sido 13 horas de vuelo y me muero por coger el sobre. Podréis observar, en cualquier caso, que ha sido un viaje muy bien aprovechado, repleto de buenas experiencias y gratísimos recuerdos. Me falta por ver la parte sur, también los viñedos, y también me ha faltado esquiar, pero la verdad es que Chile es inabarcable de una tacada. Tengo pendiente volver y espero hacerlo en Navidad,aprovechando que novia todavía andará por allí. Por el momento y ya desde España, sólo puedo hablar cosas buenas sobre Chile y los chilenos.  Así que si alguno se lo está pensando, sólo puedo animarle. A veces la realidad supera a la ficción, como en este viaje.

Comentarios

Fernando López ha dicho que…
Welcome back Fernando.

Espero que este sea el primero de una serie de post sobre Chile. Este me ha encantado, pero seguro que tienes muchas más vivencias que contarnos. Coincido contigo que a veces parece más un pais europeo que sudamericano. A mi ya te dije que me gusto mucho y me has hecho volver a mirar desde el cerro de san cristobal, los paseos por bellavista y el mercado central.
Gracias por compartirlo.
Un abrazo y descansa que 13 horas de vuelo derrotan
Fernando ha dicho que…
¡Hola Fernando! Millones de gracias por pasarte. Efectivamente, Chile da para muchos post. A ver si me animo a hacer algún otro, porque temática hay de sobra. A ver si nos vemos pronto y me cuentas qué tal por África. Un fuerte abrazo
Katy ha dicho que…
Tu entrada es como es impresionante. No me extraña que no supieras como empezar. Demasiadas vivencias para acometer en una atacada y expresar de golpe lo que se siente y que que te han impactado. La Isla de Pascua es una de mis asignaturas pendientes :)
Buena semana para descansar y rumiar lo vivido que necesita asentarse.
Un abrazo
Fernando ha dicho que…
¡Hola Katy! ¡Mil gracias por pasarte! La verdad es que este post enlaza bastante bien con el de Fernando López Fernández del otro día, en el que hablaba de las cosas que hay que llevar en una maleta cuando se viaja. Creo que lo más importante es salir con ganas de entender y vivir la diversidad. En ese sentido Chile ha sido fantástico.

Si tienes oportunidad, no dejes de ir a la Isla de Pascua. A mi me ha marcado profundamente. Me sugiere profundas reflexiones que van más allá de un mero comentario. A ver si me animo y hago un post enterito dedicado a la isla.

Un abrazo

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